jueves, 9 de abril de 2015

Carta de una hija hacia su padre



Querido Padre


No se si llegaras a recibir esta carta, pero te escribo para que sepas que sigo viva y que por el momento estoy a salvo. 

Me encuentro en casa de un SS, te parecerá raro pero voy a contarte todo lo que paso desde que me dijiste que huyera. 

Entonces solo tenía 15 años y tan solo era una niña, ahora ya tengo 19 y ya soy una mujer. Cuando me explicaste que debía huir, esconderme en Italia y no revelar nunca que era judía no entendía las razones que te llevaban a decirme esto, a querer alejarme de ti, ahora lo comprendo todo, tan solo querías protegerme porque sabias que pronto ocuparían Paris y no querías que me raptaran. 

Así que como me dijiste cogí un tren en Paris que me llevo a una ciudad hasta ese momento libre, donde conocí a otra chica que me dijo que estaba en la misma situación que yo, que sus padres la habían hecho huir porque eran judíos y me explico que vivía en una casa con más chavales judíos de nuestra edad. Así que me fui con ella, a esa casa en la que vivíamos 10 chavales de entre 12 y 18 años, todos nosotros judíos e intentando huir de las SS. 

Pasé aproximadamente 10 meses en esa casa, salíamos en pequeños grupos de 3 personas para comprar comida y escuchábamos las conversaciones de cómo los alemanes habían empezado a conquistar Paris y en ese momento temía por vuestras vidas y todas las noches rezaba todo lo que sabia para que estuvierais a salvo y poder juntarnos algún día. Entonces una noche escuchamos gritos por las calles, gritos de angustia, gritos de terror, gritos que decían que los alemanes nos invadían. 

Así que salimos todos corriendo de aquella casa, y no volví a saber nada más de mis compañeros, espero que estén todos bien y que ninguno haya acabado trágicamente, porque nunca olvidare a esas personas con las que pase algunos de los meses mas duros de mi vida. Corrí y corrí y no me detuve en ningún momento a mirar atrás, ya que el pánico dominaba mi cuerpo y mi mente. 

Encontré una especie de local abandonado y decidí esconderme ahí hasta que saliera el sol y pudiera huir de aquella ciudad que ya no era libre. Pase la noche en aquel lugar muerta de frio y muerta de miedo. Cuando se hizo de día salí con dirección a la estación donde conseguí un billete de tren hacia una ciudad libre, de la que no recuerdo ni el nombre. 

Estando en el tren empecé a pensar que por el momento todo había pasado, que estaba a salvo, que en mi nuevo destino llevaría una vida mejor. Pero nunca llegue a mi destino. Tuve mala suerte, ya que unos militares alemanes habían decidido revisar precisamente ese tren. No lo pude evitar, y me cogieron, lloraba desconsoladamente pidiéndoles clemencia, pero aquellos seres no parecían humanos y en la primera estación me bajaron del tren junto a otra gente y nos metieron en un camión. Sabia cual era mi destino, pero hasta que llegue allí no me lo pude creer. El campo de Drancy, el campo de concentración que se encontraba en Francia. Lo primero que me hicieron fue obligarme a desnudarme, y me pusieron un uniforme, a rayas, todos lo llevábamos igual, me raparon el pelo, me “desparasitaron” porque según ellos yo estaba infectada. Allí siempre era la misma rutina, nos duchaban con agua a presión, nos rociaban con polvos para que no cogiéramos piojos, recuerdo todo lo que picaban esos polvos, nos obligaban a trabajar, unos días pelábamos patatas, otros trabajábamos en los campos, pero no podíamos hablar, no podíamos hacer absolutamente nada, o estaríamos muertos. 

Todos los días seleccionaban a un número de personas y se los llevaban, pero esas personas nunca volvían, y creo saber porque. Pase allí mucho tiempo, o tal vez no fue tanto, pero a mi se me hizo eterno. Entonces un día, al grupo de soldados que estaban encargados de “cuidarnos” se unió uno más. Era un chico aproximadamente de mi edad, al que parecía que no le gustaba estar allí. Los soldados como siempre nos obligaron a avanzar hacia las duchas y no pude evitarlo, tropecé y caí al suelo. El que parecía el jefe de aquello me empezó a gritar y cuando me iba a aplastar la cabeza de una patada este chico nuevo le dijo que le dejase a él, que se encargaría de mí. Me cogió del brazo y me levanto, me hizo andar en sentido contrario al de mis compañeros y el resto de soldados, y sin poder evitarlo comencé a llorar. El chico se acerco a mi disimuladamente, sin que nadie lo notara y me dijo “No temas, no te hare daño. 

Solo sigue caminando.” Me chocaron mucho estas palabras ya que ningún SS nos trataba nunca con respeto ni amabilidad. Me llevo a una habitación en la que no había nadie y me pregunto si me encontraba bien. Le suplique que no me hiciera daño, que quería seguir viviendo, mientras lloraba desconsoladamente. Se acerco a mí, me secó las lágrimas y me volvió a repetir, que no debía temerle, que él no me haría daño y me prometió que no iba a permitir que nadie me lo hiciera

0 comentarios:

Publicar un comentario

Popular Posts